lunes, 28 de julio de 2008

Inconciencia porteña

Es un clásico de sábado por la noche o domingo por la madrugada, ver chicos que salen de los boliches arrastrados por sus amigos o directamente llevados en camilla por personal médico. También son numerosos los casos de accidentes por ebrios al volante, que arrastran con ellos las vidas de víctimas inocentes. ¿Cómo evitar que estos “accidentes”-si se les puede llamar así a esta altura- ocurran?
En Capital Federal rige, luego del incendio del Boliche República Cromañón en 2004, una ley que no permite a los menores de 18 años salir a bailar fuera del horario de matiné. Sin embargo, desde las puertas de su mismo colegio, el viernes o el sábado por la noche, pueden tomar un micro que los lleva directamente a un boliche en el conurbano bonaerense.
Una vez dentro del local bailable, los jóvenes tienen acceso a alcohol y drogas que saltan el control policial, que muchas veces se limita a mirar a los chicos hacer la fila y sacar a los que parecen alcoholizados o no dan con el “target” del boliche.
El Secretario de lucha contra el Narcotráfico, José Granero, enfoca el problema como “un negocio de los boliches que le venden el agua más cara a los chicos que están deshidratados debido al consumo de éxtasis”. Olvida, por cierto, que dentro de las discos hay zonas “liberadas”- la pista de música electrónica en general- en las que los mismos tarjeteros venden las pastillas, convirtiendo todo el rito del baile en un circo inescrupuloso donde los chicos bailan y toman hasta que caen desmayados.
No obstante, el problema no se limita a los menores de 18 años: la organización sin fines de lucro “Luchemos por la Vida”, determinó por una encuesta que “el 46 por ciento de los porteños toma alcohol y conduce los fines de semana; y el 47 por ciento no sabe a qué equivale, ni cuál es el límite de alcohol permitido en sangre”.
El Gobierno porteño puso en marcha hace una semana el Programa Conductor Responsable. El mismo se basa en que un grupo de amigos que sale, eligen un conductor responsable, y en la puerta del boliche hay un puesto de control; si a la salida del mismo, este pasa el control con 0 litros de alcohol en sangre, se gana premios para él y todo sus amigos, como gimnasio gratis o entradas para el cine. Por este medio, se premia al cumplidor.
Sin embargo, el pasado fin de semana el control llevado a cabo en el boliche INK de Palermo sólo registró cuatro conductores responsables de todos los autos que estuvieron en el concurrido local.
En suma, está demostrado que los métodos actuales para contrarrestar los peligros que conlleva la noche porteña, o de los porteños, no dan los resultados que se esperaban. El prohibicionismo, sin actitudes educativas no da resultados evidentes, siempre que haya una ley, va a existir la forma de esquivarla.
Como explica un acertado editorial del diario La Nación: “El prohibicionismo sin persuasión y sin motivación convincente carece de eficacia. Para la gente joven, el valor de la autonomía personal, unido a la dignidad y la autoestima, es primordial. Es en estos atributos de la personalidad y en el riesgo de que se degraden en lo que debe enfatizarse con persistencia y con una mentalidad comprensiva y abierta al diálogo entre generaciones, sin el cual se acentúa un conflicto que puede ahondar y agravar la frustración y el sentimiento de soledad y aislamiento de muchos jóvenes.” Por lo tanto, está demostrado que los métodos actuales, tanto los prohibitivos como aquellos que intentan premiar a los que cumplen con la ley, no dan buenos resultados hasta a la fecha. Cada momento que pasa no se cuenta en segundos, sino en vidas.





IVO

jueves, 17 de julio de 2008

No se coman al peón

“Él gana en la paz
y es el primero en la guerra;
no le perdonan si yerra,
que no saben perdonar,
por que el gaucho en esta tierra
sólo sirve pa votar”.
“Martín Fierro”, de José Hernández.


La tarde presenta sus últimas objeciones de luz a una noche fría que sólo cede a los fuegos de barril que cruzan la ruta 14. En el piquete de Gualeguaychú, Entre Ríos, no sólo hay señoras bien abrigadas y hombres de rasgos rubios con camperas patronales de cuero, en el fondo de esa protesta, me encontré con varios peones rurales.
“Los peones están en blanco y están acá, cobran 3000 pesos por mes”, es una de las tantas frases de la catarata de quejas y explicaciones que fluyen de la boca de un hombre de 50 años que afirma ser un “humilde mediano productor con 600 hectáreas”.
-¿Puedo hablar con el peón?
La pregunta resulta un tanto molesta, para el patrón protector que devuelve:
-Sí, enseguida lo llamo, pero te va a decir lo mismo que yo.
Mientras me entretenía con una señora que intentaba guardar todas sus quejas en mi grabador llevándoselo bien cerca de la boca; se para frente a mí un hombre de mediana estatura, con una boina negra desgastada. Parecía haber sido más alto, sin embargo, las 20 temporadas de cosechas que dijo tener en el lomo habrían doblegado su juventud y sus ganas de vivir.

“Brotan quejas de mi pecho,
brota un lamento sentido;
y es tanto lo que he sufrido
y males de tal tamaño,
que reto a todos los años
a que traigan el olvido.”

-Yo nací acá en una estancia cerca de Gualeguaychú, me crié en el campo y ahí es donde trabajo desde hace más de 20 años. Hoy estoy acá para defenderlo. Nosotros trabajamos con calor, frío, lluvia, sol, nieve y de lunes a sábado sin descanso.
-¿Entiende el conflicto del campo?
-Entiendo que el gobierno se quiere quedar con todo y eso no puede ser, el campo le da de comer a todo el país.
-Pero, ¿no cree que las retenciones pueden darle una mano a la gente más humilde como usted?
-Yo no sé bien qué son las retenciones, pero sí sé que los Kirchner no entienden a la gente de campo, nosotros estamos dispuestos a pelear por lo nuestro y no vamos a aflojar.
En ese momento el patrón interrumpió la conversación argumentando que estaba por hablar “Alfredito de Angelis” y todos debíamos escucharlo. Sin embargo, la idea del peón de defender lo suyo había quedado dando vueltas en mi cabeza. Si bien se había criado en el campo, nada de eso le pertenecía, no tenía participación en las ganancias; y en caso, como afirma el Gobierno, de que no hubiera retenciones, la carne y otros alimentos le serían difíciles de pagar.
¿Cómo hacer para encontrarme con un peón que pudiera decir su opinión sin la presión del patrón detrás de sus talones?

“Yo no sé qué tantos meses
esta vida me duró;
a veces nos obligó
la miseria a comer potro:
me había acompañado con otros
tan desgraciaos como yo.”



Decidí seguir el recorrido en otro piquete, el de la ciudad de Saladillo, en la provincia de Buenos Aires. Luego de encontrar el mismo tipo de respuesta influenciada por el contexto del corte de ruta, me fui a tomar una cerveza a una vieja pulpería alejada del centro del pueblo. Para mi sorpresa, encontré allí varios peones de campo hablando a los gritos y debatiendo sobre el Gobierno, las retenciones, y varios temas más que se sumaban a medida que las botellas de vino se convertían en centro de mesa.
-¿Puedo sentarme con ustedes?
-No, tomatelas porteño, rajá.
Dijo el más hostil de los cuatro.
-Pará pará, que se siente. Siempre y cuando invite un vino.
Dispuesto a sus condiciones, me presenté y acordamos en no dar sus nombres, por miedo a represalias.
-¿Cómo ven lo que pasa entre el campo y el Gobierno?
-Mirá, nosotros sabemos que desde que al campo le va bien, nuestros sueldos aumentaron un poco, nuestros chicos comen bien, van a la escuela, el pueblo creció, hay más trabajo, las cosas van mejor que hace un par de años.
Se refiere a los años noventa cuando el campo estuvo muy mal por las medidas económicas del menemismo y muchos propietarios perdieron sus terrenos a manos de grandes empresas administradoras. Los peones sufrieron al máximo esa realidad quedando desempleados y muchas veces al borde de la indigencia.
-¿Por qué están en los cortes de ruta?
-Si fuese por nosotros no iríamos o nos quedaríamos en casa con nuestras familias, pero como es hora de trabajo, y los patrones nos siguen pagando, vamos a ahí y colaboramos haciendo un asado o moviendo los tractores.
Entre pregunta y pregunta, la condición del vino hace que se cuelen chistes anécdotas y cuentos verdes que alegran la tarde y hacen reír hasta a dos chicos que juegan a los fichines al lado nuestro.
-¿Qué representación tienen del sindicato?
-¿Queeeé?
La pregunta causa risa en los cuatro.
-Sólo dos estamos en blanco y porque le cayó la inspección hace un tiempo y tuvo que blanquear a los más viejos.
El otro en blanco agrega:
-Igual, no hablamos nunca con los del sindicato, nos enteramos por carta de los aumentos y algunas promociones pero eso nomás.
Convencido de la simpleza de estos hombres, de su creencia en los hechos sobre las promesas rimbombantes, entendí el manejo de sus opiniones:
-¿A quiénes votaron?
Al unísono:
-A Kirchner.
-Nosotros vemos que todo va bien, que las cosas iban mejor hasta el quilombo este. Por eso sólo pedimos para que se arregle todo de una buena vez y que vuelva a estar todo como antes.

“Es el pobre en su orfandá
de la fortuna el desecho,
porque naides toma a pechos
el defender a su raza;
debe el gaucho tener casa,
escuela, iglesia y derechos.”

Una vez comprendida su postura, no hice más que ir a donde, se suponía, defendían sus intereses. La Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores, ubicada en Reconquista 630, Capital Federal. Su secretario general, Gerónimo Venegas, se rehusó a recibir a un estudiante de periodismo y adujo que su postura había sido publicada en los medios.
El 15 de julio de este año diario perfil publicó una nota en la que Venegas presenta a su gremio como mediador en el conflicto: “Hace varios días que dije que no voy a tomar partido por ninguno de los dos lados y que voy a ser un elemento de negociación y por eso no voy a estar."
Sin embargo, hay números que dicen más. Mientras en la lucha entre el campo y el Gobierno se habla de un conflicto de millones y millones de dólares, entre 1500 y 2500 según las distintas fuentes; el salario mínimo de un peón de campo es de 1080 pesos y el jornal de 47,52; está a años luz de la rentabilidad de los “pequeños y medianos productores”.
La lucha entre el campo y el Gobierno por una porción más de la “torta”, va a terminar en algún momento. Los ganadores, en caso de ser el campo, tendrán mayores ganancias que podrán manejar a gusto. En caso de imponerse el Gobierno, su panorama será más complicado, ya que va a ser controlado hasta el mínimo detalle por los ojos vigilantes del agro.
Detrás de esta pelea están los peones rurales, aquellos hombres que no cuestionan sino que se someten a las órdenes de sus patrones a cambio del jornal. Estos esperan tranquilos, ya que esta pelea de intereses los tiene perdiendo hace mucho tiempo.

“Y aquella voz de uno solo,
que empieza por un gruñido,
llega hasta ser alarido
de toda la muchedumbre,
y ansí alquieren la costumbre
de pegar esos bramidos.”


IVO