martes, 26 de agosto de 2008

“La violencia popular es la respuesta a la violencia que procede de arriba”, ex presidente Arturo Frondizi

El 26 de mayo de 1969 en la ciudad de Córdoba, el Movimiento Obrero dictó a través de dos plenarios un paro general de 37 horas a partir de las 11 del 29 de mayo. Las agrupaciones estudiantiles, acataron en su totalidad las medidas programadas por la Central General de trabajadores(CGT) y por la Central General de Trabajadores Argentinos(CGTA).

Tiempo antes de las 11 de la mañana la mayoría de las asambleas de las fábricas dejaron sus puestos de trabajo y comenzaron a reunirse en la puerta de la CGT en Av. Velez Sarfield 137. Miles de volantes reclamaban contra todos los preceptos del gobierno militar del general Onganía.

Las consignas, en palabras de Agustín Tosco, secretario general de la CGTA, “exigían que el gobierno fuera elegido por la mayoría de la población, sin persecuciones. Exigían que se aumentaran los salarios en un 40%, que era lo que había crecido el costo de vida. El freno a los monopolios extranjeros, nuevas fuentes de trabajo, la reincorporación de los cesantes y el levantamiento de las sanciones por haber hecho uso del derecho de huelga y por último, una Universidad abierta a las posibilidades de los hijos de los trabajadores y consustanciada con los intereses del país”.

La policía reprimió con gases lacrimógenos a los obreros del sindicato Luz y Fuerza que intentaban llevar a cabo un acto en la calle Rioja y General Paz. Una vez más la violencia al servicio del poder demostraba que el gobierno estaba dispuesto a todo para seguir adelante con su Doctrina de Seguridad Nacional, heredada del norte del continente.

Sin embargo ésta historia no era como otras: el pueblo, cansado de los abusos de poder, se sumaba abiertamente a la lucha que encabezaban trabajadores y estudiantes contra el régimen. Las columnas de los sindicatos de la industria automotriz que estaban llegando a la ciudad son atacadas.

“Luche, luche, luche, no deje de luchar, por un gobierno obrero, obrero y popular”. La noticia de la muerte de Máximo Mena, del Sindicato de Mecánicos, desató la furia.
Se armaron barricadas en el centro de la ciudad y la policía retrocedió. Algunas comisarías y radios fueron tomadas por el pueblo dando propaganda al estallido. Edificios del gobierno y de multinacionales fueron incendiados, se escuchaba: “Los obreros al poder, los milicos al cuartel”.

Más de treinta horas luego del primer estallido, la represión policial y militar que llegaba por aire desde la capital quebró la resistencia popular. Los tanques del ejército descargaron sus ametralladoras contra la población. Los hospitales se llenaron de heridos de bala y las decenas de muertos fueron enmascarados por la dictadura.
En un marco internacional de cambio este estallido fue tomado como el ejemplo argentino de la Revolución cubana y la imagen del che, el Mayo Francés y la Primavera de Praga sucesos que dejaron marca en la historia del siglo XX.





IVO

viernes, 15 de agosto de 2008

:: Realität ::

Caminé por un lugar de tonos fuertes,
sentí la brisa áspera golpear contra la cara.
Alrededor revoloteaba mucha gente.
Algunos reían, otros lloraban,
otros reían de los que lloraban, y otros fingían llorar.
Crucé un puente y casi caigo al agua
pero, como un campeón de la pista `estimulo cerebral-rápida motricidad`,
solo me mojé un poco los pies.
Sentí el frió, cómplice de mis medias me entibiaba la sangre que intentaba fluir por las venas
pero seguí porque no había tiempo para descansar.
Porque no había tiempo.
Ni tampoco cansar.

Cuando pude, maté a un hombre de a puñaladas,
luego concebí un hijo mientras veía el sol hirviente secar el charco de sangre que circundaba al muerto.
Agarré una rosa y aspire el perfume hasta vomitar.
El muerto se aburrió, se levantó y me pidió un cigarro,
lo prendió, me escupió la cara y nos despedimos.

En una fiesta, bebí vino de una boca roja como un higo
qué me vendió una promoción;
Llevé dos placeres, pague uno.
Yo robé, salí, corrí y sudé.

Me senté en la tierra a sentirme tonto y sagrado
al ver una paloma atea volar por los aires.
Razone que pesamos lo que creemos,
y la cruz es insoportable.
Una nube negra amenazó con aplastarme
y yo le pedí a mi dios una coraza
mientras la paloma se burlaba desde el cielo.

Probé todo placer hasta pasarme del lado del pecado capital.
Vi, olí, sentí y oí todo...

hasta que sonó la chicharra cacheteadora
que me recordó los actos mecánicos a realizar rápido porque se hacía tarde.
Malhumorado, abrí el agua y me moje la cara hasta despabilarme un poco.
Luego le atiné a la toalla y procedí a secarme la capital,
Alcé los ojos y mire en el espejo una calavera con mis huesos que reía.
Sospeché que me tenía que correr un escalofrió del talón a la nuca
pero como no lo encontré, falté al trabajo con aviso
y me fui a la cama a buscarlo.

jueves, 14 de agosto de 2008

Día nublado

Luego de apagar el despertador Ulises Fantoc se mueve en la cama esperando que esos minutos que le sobran a su desayuno le otorguen una idea. Piensa en su madre, en las veces que trató de disuadirlo de su tarea de buscador de ideas originales, que estudiara una carrera que le sirva “para ganar dinero” y no para darle cinta a los chismes de vecinos que se hastiaban de maltratar a su persona por el simple hecho de no gustarle la plata. Claro, en un barrio pobre de esos que rodean a las industrias fantasmas de años atrás las últimas ideas se las llevó el temporal de hace treinta años. Se pone los pantalones claros, teñidos con cierto tono verdoso en la parte trasera, legado de años de reflexión en el Parque Lezama. Mientras, en su cabeza sigue repasando imágenes mezcladas con sueños poco originales de cosas que ya vio u oyó por ahí y que de nada le servirían para su gran invento.

Mientras bebe café, busca en medio de la oscuridad ese hilo de luz que filtra la cortina e ilumina a una libreta, se acerca, pasa suavemente su mano sobre ella y la guarda en una vieja valija de cuero heredada de la única persona que en verdad confió en él. Entre escalón y escalón repasa el momento en que su abuelo en una tarde en el delta le regaló ese maletín para que en él pusiera “todo lo que un hombre necesita para trabajar”, carga todos los utensillos necesarios para la rutina diaria.

Qué pensaría su abuelo de él ahora, si lo viera en ese estado, a punto de cumplir treinta años y sin nada. Sin una idea en su cabeza ni en su libreta, pero con la certeza añeja en su corazón de no haber alcanzado su destino y que ese momento tan sólo era una prueba más que debía atravesar en el camino que había decidido tomar hace mucho tiempo.

Camina por la calle Garay hasta Perú, saluda a Otto, el alemán que vende diarios desde que su padre arribó al puerto de la boca hace más de noventa años; al llegar a Brasil, se encuentra con el circo de Juancito, una familia de seis malabaristas. Desde el más pequeño al más grande juegan con pelotas y monocicletas, mientras hacen malabares y acrobacias con aros de fuego, ante la atenta mirada de su fastidiado público. Un día de estos los va a invitar a comer a los seis piensa, un gran asado y todos van a jugar a llevar una vida normal, les va a dar delantales y pinturas para el colegio y autitos de carrera para lucirse en el recreo. Pero el semáforo muestra verde para el peatón y durante el camino a su oficina la propuesta se desvanece en la nada.

En Defensa y Brasil le hace un chiste sobre el partido del domingo a Rolo, el encargado de que las gastadas baldosas del Museo Histórico Nacional luzcan brillantes cada mañana. Sigue su ruta, sube la rampa corriendo, vieja costumbre que aún no lo abandona, y elige cuidadosamente el lugar donde pasará sentado el resto del día laboral, la corrida de segundos antes le da una extraña esperanza, es una forma de matar la ansiedad venidera, de acaramelar a ese niño que tiene dentro y que espera para salir a divertirse.

Saca la libreta, la abre con cuidado, luego la birome, en ese momento, siente un golpe en la cabeza que lo deja nublado, mira hacia atrás y un chico de unos ocho años está sonriendo. Lo mira bien y se parece a él cuando tenía esa edad observa su remera embarrada, su sonrisa pícara en busca del perdón y una vez obtenido, la risa y el saludo. Piensa que podría ser él mismo que se encuentra con su pasado, piensa en el pasado, pero también en el presente, sin embargo nada.

En su concentración, distingue sobre la libreta el Río, Río de La Plata lleno de historias de genoveses que arribaron a principios de siglo como él, luchando codo a codo para hacerse un lugar en la naciente urbe porteña. Piensa en la música, en el tango, en aquella letra que cuenta la historia de una rubia debilidad de los arrabaleros, pero qué puede saber él de todo eso, si creció en la provincia, y lo poco que llegaba era resistido por orgullo nomás del oyente, que se cansaba de oír historias fantasiosas de la Capital. Se da cuenta que olvidó el saco, el viento lo despeina, pero ya es tarde para volver y todavía no encontró nada de lo que vino a buscar.

El blanco del papel es contraste en el verde paisaje, aprieta la birome con fuerza, la misma con la que salen esas primeras palabras. De pronto, un trueno lo distrae, un tachón y otra hoja a la basura, lo sorprende un pájaro que se cuela entre sus pies como anunciándole algo, intenta entenderlo pero este lo mira un instante y se escapa. Piensa tal vez que esté equivocado, que todo fue un error, que no sirve de nada ir contra la corriente, que debió escuchar a su madre cuando le aconsejaba sobre su vida. La presión sobre la lapicera hace que su mano comience a transpirar. Nada.

Un hombre mayor con una cicatriz que le cubre todo el pómulo izquierdo se sienta su lado, pese a sus años, su rostro luce media sonrisa, como aquel que está a punto de hacer un chiste o busca caer bien con un comentario que inicie una charla informal. Ulises se percata luego de un rato de su presencia, tiene un rostro familiar, tal vez de uno de esos sueños de años pasados. Cree haber tenido una charla con él donde el anciano le contaba su vida, sus amores y aventuras como viajante de control de aduanas en el África Meridional. El viejo lo mira fijo y solo pronuncia dos palabras “falta poco”, al instante se levanta y se va. Ulises queda tan conmovido que no lo ve alejarse, ¿qué había querido decir ese hombre?. ¿Era una señal? ¿A sus súplicas entre sueños, a su espera agobiante, a sus ganas de ser más, de poder más, de tomar por las astas al toro y a todos los que no confiaron en él? Una gota, dos, tres, en el ambiente comienza a sentirse ese olor que sale de la tierra cuando llueve y lo traslada a tantos lugares. Pero esta vez no. Esta vez está ocupado descifrando la frase del anciano. Los renglones limpios de tinta de la hoja se humedecen con la lluvia, Ulises cierra su libreta, se incorpora, limpia los pastos de su espalda, y se va caminando lentamente bajo la lluvia.






IVO

martes, 5 de agosto de 2008

¡Fuerza Evo!


Y bueno Ivo, ¿vistes que yo te advertí que un blog no se mantiene así como así?
Yo solo, con el mio no pude, así que te doy una mano y vamos a medias.
Saludos;
tu amigo el Colo.


¡Fuerza Evo!

...procesos de inversión ideológica hacen que muchas veces el pueblo –o parte de él- defienda intereses que lo perjudican. Porque la ideología dominante es la de la clase dominante y actúa ahí donde uno menos la siente. Es qué está tan naturalizada.
Pasa en la Argentina, pasa en todo el mundo...
Hoy, 6 de agosto, nuestros hermanos bolivianos conmemoran su independencia como país. La soberanía por estos pagos es teórica... somos mucho más fantoches de lo que sospechamos. Los que manejan los hilos ahí están, aunque no se vean.
La emancipación del hombre es un arduo camino cuesta arriba. Quines la disfrutan -a costa de la opresión de los demás- pondrán miles de piedras en el camino.
La conciencia es una invención que se nutre de la realidad exterior. La hegemonía dominante nos propone ir del cielo a la tierra, pero nosotros queremos ver la verdad que nos intentan ocultar: el mundo es el mundo de los hombres.

Corrijo a la foto: el imperialismo no tiene bandera.