sábado, 27 de septiembre de 2008

Sobre el día de la tradición... por Julieta Pinasco

El escritor y filosofo alemán Walter Benjamin fue exiliado. Vago por infinitas ciudades europeas llevando en sus maletas lo que le había quedado de su patria barrida por el nazismo: sus papeles y sus libros. Este hombre, apasionadamente desesperanzado, decía:
“Nos hemos hecho pobres. Hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño, por cien veces menos de su valor, para que nos adelante la pequeña moneda de lo actual.”
Este hombre intuía como pocos, y lo dejo asentado en las paginas mas brillantes de la filosofía contemporánea, que la sociedad se superficializaba y perdía el contacto con lo que conformaba sus raíces mas profundas.
Conmemoramos hoy el día de la tradición coincidente con el aniversario del nacimiento de José Hernández, autor del Martín Fierro, poema atravesado, desde su escritura y hasta nuestros días, por intencionalidades políticas que transformaron a un gaucho alcohólico y pelador en paradigma de la argentinidad.
Cuando la literatura y la acción política era una unidad, José Hernández, que nunca fue gaucho sino un letrado hombre de cuidad, escribió un poema cuya primera parte le sirvió para denunciar los abusos que sus enemigos políticos encumbrados en el poder ejercían sobre el gaucho, victima inocente que se rebelaba porque esa rebelión era el único y justo camino posible.
Cuando Hernández escribe la segunda parte de su poema, ya es gobierno y cambia su personaje; ya no es un rebelde libertario y proclama a sus hijos y a quienes tiene que oírlo –los gauchos- que deben bajar la cabeza y trabajar en las estancias como peones para servir a la gloria de la patria.
Años mas tarde, la generación del centenario vio, de repente, que su republica, esa que sentían como una posesión personal por derecho propio, era ocupada por los inmigrantes con sus ideologías y costumbres foráneas y peligrosas. Fueron años de exaltación patriótica, de tradiciones nacionales y Leopoldo Lugones, aquel que supo bendecir la hora de la espada de nuestra primera dictadura, proclamo al Martín Fierro como el texto que, ante tanto extranjero, iba a simbolizar los valores fundamentales de la nación.
Cabe entonces preguntarse, en un país que co0nquisto el desierto arrasando a los pobladores originales para repatriar la tierra entre héroes, parientes y conocidos, en un país cuya clase media siempre ha tenido los ojos puestos en modelos llegados del cualquier sitio, en que residen nuestras tradiciones y hasta donde son reales o proyecciones de los deseos de los poderes hegemónicos.
La época actual ha desdibujado el concepto de nación y la identidad se ha visto riesgosamente fragmentada. ¿Qué es, pues, ser argentinos? Hay tantas nociones de argentinidad como argentinos sobre la Tierra. En definitiva. ¿qué es ser nosotros? Concepto solo definible a partir de los otros. Elegir y decidir quienes fuimos, somos y seremos tiene que ver con la apreciación ideológica que hagamos de nuestra historia. No hay origen paradigmático que se pierda en la noche de los tiempos y que desde allí permanezca perfecto e incontaminado. Hay siempre un fluir, un combate, una ruptura, un conflicto de puntos de vista, de verdades particulares, de fuerzas contrapuestas.
El regreso al pasado es imposible y nunca deseable. Pero solo la memoria de lo que fuimos nos permitirá construir nuestra propia identidad, Dice el dicho que si se ignora la historia, se corre el riesgo de repetirla. Y esto es valido para un país, para una institución, para una vida. Pero no por conocerla se sabe que es lo que se debe hacer para resistir al poder que intenta atarnos melancólicamente al pasado.
No se trata de reivindicar tradiciones vacías que nos definirían según cierto discurso dominante. El mate, la chacarera, el caballo y la pulpería, en una cultura que siempre fue predominantemente urbana, tiene más de nostalgia que de realidad. Se trata de rescatar los valores que fundaron cierta idea de patria: la utopía, la entrega, la pasión y un suelo abierto que ofrezca a sus habitantes raíces en el pasado, pero frutos variados para gozar en el porvenir.
Al decir de ese otro gran filosofo del siglo XX, el francés Michael Foucault:
“La historia no busca reconstruir el único centro del que provenimos, esa primera patria donde los metafísicos nos prometen que volveremos, la historia intenta hacer aparecer todas las discontinuidades que nos atraviesan”

viernes, 19 de septiembre de 2008

Elogio de la diferencia

La derecha contemporánea consiste en decir que hay un solo camino y que, por lo tanto, todos dicen lo mismo. Es insostenible. Martín Caparrós.



El viernes pasado escribí una columna –“Cero a la izquierda”– sobre el peligro de que el gobierno dizque progresista de los Kirchner abra el camino a un gobierno más brutalmente de derecha. Me sorprendió la cantidad de comentarios de lectores que insistían en que ya no hay derecha ni izquierda: que es un concepto antiguo. Como decía uno de ellos: “¿Izquierda/derecha, qué es eso? No busquemos tan lejos, la solución está en respetar la Constitución: instituciones fuertes, división de poderes, federalismo, reglas de juego para invertir, aseguramiento estatal de igualdad de oportunidades de alimentación, educación y salud, democracia representativa, alta participación ciudadana. Es decir, la solución es una república, siempre perfeccionable, lejos de los déspotas. En Canadá y Australia no saben de derechas e izquierdas”. Me impresionó que un joven educado pudiera decir eso: una prueba más de cómo la derecha se apoderó del discurso general. En su definición de una “República como Canadá y Australia” –que, de paso, no son repúblicas sino monarquías constitucionales– hay pautas que parecen tan amplias y son tan limitadas: “Reglas de juego para invertir” es algo que sólo una sociedad capitalista de mercado puede necesitar. Y la izquierda –o lo que muchos entendemos por izquierda– define al capitalismo de mercado como el modo en que unos pocos se apropian de las riquezas de todos.


Pero el discurso de la derecha contemporánea consiste en decir que hay un solo camino y que, por lo tanto, todos dicen lo mismo. Es insostenible: la izquierda y la derecha existen y son completamente diferentes. Me parece increíble escribir esto –y sin embargo tantos lectores escribieron lo contrario. Es cierto que el concepto de izquierda es confuso: años de derrotas, versiones, fracciones, vueltas y revueltas lo han complicado mucho. El viernes pasado traté de explicar qué decía cuando decía izquierda con una pequeña lista obvia, y varios me dijeron que sus puntos eran tan de izquierda como de derecha.


Por eso van aquí algunos ejemplos a propósito de aquella lista: ciertos puntos muy básicos para establecer diferencias. Allí decía que cuando digo izquierda hablo de los que eligen creer que no tiene que haber ricos y pobres –que la diferencia entre los que tienen más y los que menos, si la hay, debe ser muy escasa. (La derecha nunca tuvo problemas con que haya ricos y pobres. Suele presentar la riqueza capitalista como recompensa del esfuerzo; Marx la describió como una forma de apropiación de la fuerza de trabajo ajena, y la izquierda cree que debería desaparecer. Muchos creemos que no debería existir la propiedad privada: todo es de todos y cada cual lo usa como necesita. Es difícil imaginarlo; también era difícil imaginar un mundo sin esclavos o sin reyes).


Que todas las personas deben tener las mismas posibilidades de alojarse, curarse, aprender, trabajar, desarrollarse, y que el Estado sirve para garantizarlo. (La derecha propone, en todas partes, que el Estado debe inmiscuirse lo menos posible en esas cuestiones. En el país más rico del mundo, Estados Unidos, la derecha en el poder ha conseguido que haya más de 30 millones sin cobertura médica, y lo defiende. En Buenos Aires, la semana pasada, el gobierno municipal retiró las becas de 30 mil chicos pobres).


Que debe haber formas reales de participación de los ciudadanos en las decisiones políticas y en el control del gobierno. (La derecha trata de limitar esa participación a la pura delegación –cuando no se erige en dictadura– y habla siempre de esas “instituciones fuertes” que usa para controlar a la población o para desinteresarla de la política. La izquierda cree en la política como participación –aunque muchos gobiernos que se dijeron de izquierda llevaron la tiranía a límites inmejorables.)


Que la Justicia debe hacer justicia. (La derecha querría que este mismo sistema judicial funcionara con más premura y transparencia. En este sistema judicial un rico con un abogado caro tiene una ventaja absoluta sobre un pobre. Y lo que se llama justicia es una construcción ideológica que defiende la propiedad privada, la autoridad, la familia, esas cosas.)


Que ninguna institución religiosa o militar o económica puede imponer sus normas a los ciudadanos. (En la Argentina actual, por ejemplo, el Gobierno permite que la Iglesia le fije la agenda en muchos temas: la cuestión del aborto, entre otras, desapareció del discurso oficial porque Roma lo impuso, y no sólo en Mendoza. Un gobierno de izquierda convocaría a referendos sobre los temas en debate y dejaría que la población decidiera.)


Que el nacimiento, el género, las preferencias sexuales no deben definir el tratamiento que cada cual recibe de los otros. (En los últimos años, la derecha ha oído estos planteos; el resultado es la fantochada de la corrección política, por la cual un negro pasa a ser un afrodescendiente –aunque siga igual de pobre. En la Argentina, por ejemplo, es delito llamar bolita a un boliviano –pero no es delito hacerlo trabajar diez horas diarias por un salario ínfimo.)


Que las personas son más importantes que las patrias. (La patria siempre ha sido el refugio de los canallas de la derecha. En la Alemania de Hitler, la España de Franco, la URSS de Stalin, millones murieron “por la patria”. Aquí, un partido bastante popular definió que primero estaba la patria, después el movimiento, al final los hombres.)


Y esta idea de que no hay izquierda ni derecha tiene un corolario habitual, que un lector retomó con una frase muy en boga. Dijo que “la honestidad no es de derecha ni de izquierda”, y le agregó “como un globo no es ni rojo ni azul, es un globo”. De acuerdo: un globo es un globo, una bolsa de plástico con su boca chiquita que, soplado, guarda aire; el aire lo redondea y le da esa forma que solemos identificar con la palabra “globo”. Todos los globos son eso, pero un globo rojo dice lo contrario que un globo azul en la cancha de Boca, por ejemplo, o en cualquier otro lado. El ser rojo o el ser azul hacen que el globo –que sigue siendo un globo– tenga significados completamente diferentes: realice acciones diferentes.


La honestidad es esa cualidad de quien no quiere apoderarse de lo que no le corresponde por ley o por moral o por costumbre. Y, por extensión, la cualidad del que administra la cosa pública sin aprovecharla para mejorar su cuenta corriente. Pero quien administre muy honestamente en favor de los que tienen menos –dedicando honestamente el dinero público a mejorar hospitales y escuelas– será más de izquierda; quien administre muy honestamente en favor de los que tienen más –dedicando honestamente el dinero público a mejorar autopistas, trenes bala, teatros de ópera– será más de derecha. Quien recaude muy honestamente, sin quedarse con nada, impuestos al consumo de leche y fideos será más de derecha; quien recaude muy honestamente, sin quedarse con nada, impuestos a la renta financiera será más de izquierda. Y sus gobiernos, tan honesto el uno como el otro, serán radicalmente distintos. La honestidad –y la voluntad y la capacidad y la eficacia– son sólo una base. Si existen, deben ponerse al servicio de alguna concepción del mundo: serán, forzosamente, de derecha o de izquierda.


Como todo el resto.



Crítica Digital

viernes, 12 de septiembre de 2008

Herbert Marcuse, mediante su exquisito análisis desde una perspectiva marxiana, pone al desnudo el papel de la ciencia en la realidad, rompiendo con ese ilusorio desfasaje que muestra, por un lado, masas empobrecidas, guerras y conciencias alienadas transformadas en un apéndice de la gran trituradora y, por el otro, una ciencia heroica, pura, elegante, simple, y en franco ascenso. Disfrutando la incuestionabilidad de su imagen, este modelo, que “reinó sin discusión hasta épocas recientes, equiparando ciencia y razón, desinteresado e imparcial, garantizaba el progreso en este mundo. Su prototipo fue la naturaleza, presumiblemente compuesta sólo de materia en movimiento y por ende “neutral”. Sin embargo, lesionada por dos conflagraciones mundiales y una dilatada guerra fría donde –junto con la tecnología- desempeño un papel crucial, ya no sirve como cimiento de la búsqueda de verdad en ésta o cualquier otra cultura. La ciencia ha perdido su inocencia”.[1]
“Es verdad que la racionalidad de la ciencia pura está libre de valores y no estipula fines prácticos, es “neutral” con respecto a todo valor extraño que se le pueda imponer. Pero esa neutralidad es un carácter positivo. La racionalidad científica requiere una organización social especifica”[2], sin embargo, bajo una lógica capitalista de productores independientes aislados, convierte a la tecnológica en un ente inmaculado, poseedor de vida propia que se ubica en un orden objetivo (como el mercado que se “autorregula”, organiza, y reina sobre quienes acuden a él para socializarse a través de su mercancía), y se transforma en un órgano de dominación que, en el fondo, no es más que la dominación del hombre por el hombre. Sin duda que algo funciona mal en la racionalidad del sistema mismo... “lo que funcione mal es el modo en que los hombres han organizado el trabajo social”.[3]
Pero Marcuse no quiso quedarse en el umbral de la crítica, sino que, como dándole el veneno de su propia medicina, logró ir más allá al establecer una relación de causa-efecto con la razón pretecnológica. “¿Hay paralelismo y casualidad entre los dos procesos de cuantificación, el científico y el social, o su conexión es sencillamente obra de una visión sociológica retrospectiva?”[4], se pregunta Marcuse, no sin –a esta altura- un dejo de cinismo. Entonces, recurre a Husserl y arremete: “la matematizción de la naturaleza dio como resultado un conocimiento práctico válido: la construcción de una realidad “ideacional” que puede ser eficazmente “correlacionada” con la realidad empírica. Pero el logro científico se remitía a una práctica pre-científica, que constituyo la base original de la ciencia galileana. Esta base precientífica de la ciencia en el mundo de la práctica (Lebenswelt ), que determinó su estructura teórica, no fue cuestionada por Galileo; además, fue ocultada por el posterior desarrollo de la ciencia. El resultado fue la ilusión de que la matematización de la naturaleza creó una “verdad absoluta autónoma”, cuando en realidad siguió siendo un método y una técnica específica para el Lebenswelt. El velo ideacional de la ciencia matemática es, pues, un velo de símbolos que representa y al mismo tiempo enmascara”.[5]
Así, el método científico es agarrado con las manos en la masa, muestra la hilacha de su subjetividad histórica y evidencia como el proceso de racionalidad tecnológica está al servicio de un proceso político. Así, la ciencia -que no es más progreso, sino estabilidad y conservadurismo- es socia fundamental de un sistema capaz de captar y asimilar todo movimiento que busque resquebrajar sus cimientos. Grité barbaridades, escriba textos que busquen conmover la conciencia social, garabatee dibujos que alteren las pasiones adormecidas pero, después, pasé por caja. ¡Ante cada manifestación suya tendremos un lugar vacante esperando para catalogarla y re-direccionar su sentido y, con suerte, la convertiremos en una nueva necesidad de las conciencias alienadas!
¡Qué claro es el problema frente a tal explicación! ...sin embargo, qué difícil es encontrar una salida cuando “la libre elección de amos, no suprime ni a los amos ni a los esclavos. Escoger libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad, si estos bienes y servicios sostienen controles sobre una vida de esfuerzos, de temor y de alienación"[6]. Si “el mundo tiende a convertirse en objeto de administración total, que absorbe hasta a los administradores, la trama de la dominación se ha convertido en la trama de la Razón misma, y esta sociedad se halla fatalmente enmarañada en ella”[7]; ¿cómo salir? ¿cómo quebrar el camino de esta realidad presuntamente histórica? ¿cómo adelantar su fecha de caducidad?
Que actualmente el termino utopía sea considerado infantil -cuando no risible- es, sin duda, un gran triunfo ideológico. “La utopía es criminal. Eso es lo que nos están enseñando actualmente”, dijo Alain Badiou, quien también se animó a proponer una nueva metodología: Crear tiempos y espacios nuevos. Cuando votar es “reemplazar a un esclavo del capital por otro esclavo del capital” y “un acto tiene que ser libre en su forma y en su contenido. Un acto político es algo que crea tiempo y espacio. Crea tiempo porque dice 'voy a hacer esto o lo otro, según un tiempo que yo estoy construyendo y no según el tiempo que domina, que es el tiempo del capital y de las elecciones'. El acto político también crea espacio porque dice: 'Voy a transformar a este lugar en un lugar político', es decir, voy a transformar una calle, una fábrica, una universidad. A ese lugar yo lo voy a transformar en un lugar político”[8].
Crear tiempos y espacios nuevos. Es fácil pronunciarlo, pero toda gestación conlleva dificultades. Siempre se hablo de que el desarrollo de la igualdad condiciona a la libertad y viceversa, siempre se opto por alguno, sin embargo -hoy día- somos ilusos desiguales que nos creemos libres.
Tiempos y espacios nuevos. Tiempos y espacios nuestros.




[1] Appleby, J., Hunt, L. Y Jacob, M., “El modelo heroico de la ciencia”, en La verdad sobre la historia, Andrés Bello, Barcelona, 1998, p. 27 y 28.
[2] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 332.
[3] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 323.
[4] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 333.
[5] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 337.
[6] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Seix Barral, Barcelona, 1968, p. 38.
[7] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 341-342.
[8] Badiou, Alain, http://www.cta.org.ar/instituto/badiou01.html, en Conferencia en Encuentro Permanente por un nuevo pensamiento, Buenos Aires, 24 de abril del 2000.

domingo, 7 de septiembre de 2008

TODOS JUNTOS EN LA LUCHA



Gran Kermes apoya la causa de los compañeros de Sociales.


Basta de ahogar a la Universidad.

Por una Universidad para todos: libre, gratuita y EN CONDICIONES.

Basta de fragmentación; ¡EDIFICIO ÚNICO YA!

Aumento presupuestario urgente (¿quintuplicación?)

Aumento salarial, basta de docentes AdHonorem


Vamos compañeros, todos juntos por nuestra causa. Si como estudiantes no exigimos por nuestra educación, nadie va a hacerlo por nosotros.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Por buen camino

Ayer no fue una tarde más en la Plaza Houssey. Ayer los jóvenes que suelen estar tomando mate, leyendo algún libro o practicando algún truco con el skate se encontraron en compañía de muchos más.

Muchos como ellos, pero de otros lados y universidades, se juntaron en la esquina de Avenida Córdoba y Junín para poder seguir existiendo. Para poder contestar a la pregunta, “¿Qué hacés vos?” “¿Yo?, soy estudiante”.

Las primeras banderas daban el presente de la Facultad de Filosofía y Letras, alrededor de las 18. Luego los representantes de la Universidad de La Plata y más tarde, los estudiantes de Ciencias Sociales, que venían de sus tres sedes.

Pasadas las 19 la caravana de pancartas contra el rector de la UBA, Ruben Hallú, las banderas de los centros de estudiantes y de los distintos partidos políticos convocantes, avanzaban por Av. Córdoba y Callao.

Mientras marchaban, las canciones populares cambiaban sus letras por pedidos de mayor presupuesto, educación “para todos” y algún que otro insulto a los que, desde Balcarce 50, parecían no escuchar sus reclamos.
-¿Por qué estás acá?
-Vinimos a pedir por el edificio único para la Facultad de Sociales, hace más cuatro años que se firmó el decreto que lo aprueba, pero las obras no empezaron y la plata está en una cuenta en manos del decano Schuster. La situación edilicia de las tres sedes es paupérrima, no hay gas en Constitución, en Ramos no hay matafuegos ni luces de emergencia y en Marcelo T. se calló una viga en la cabeza de una compañera hace cuatro días.

La marcha llegó alrededor de las 21 al Palacio Pizzurno, sede del Ministerio de Educación. En la puerta esperaban seis unidades de la Policía Federal y cerca de treinta oficiales en los accesos del edificio. Sumados a un grupo de doce señores con camperas de cuero y lentes negros que, al parecer, estaban acompañando a los hombres de la ley.
-¿Y vos? ¿Por qué marchas?
-Nosotros estamos unidos en esta causa, es en defensa de la educación pública, libre y gratuita, y para todos. Apoyamos a los docentes en su reclamo salarial y pedimos por el blanqueo de los profesores que trabajan en negro y por un salario para los que están ad honorem.

Al borde de las 22, una gran asamblea decidió por voto de la mayoría que las facultades siguieran tomadas por los estudiantes permitiendo el desarrollo de clases públicas, actividades culturales y festivales de música.

Mientras se dispersaban, entre caras mal dormidas y sonrisas complacientes por los resultados, podía verse la confianza que tienen aquellos que se saben marchando por el buen camino.




IVO

martes, 2 de septiembre de 2008


En la Sierra Maestra, huellas de fuego marcan un destino difícil de ocultar. Tras el hambre, pan. Tras el odio, amor. Tras la guerra, paz.
Miles de preguntas imposibles de contestar por lo menos desde el paradigma reinante.
Clarividencia en las respuestas de unos pocos que son callados a bastonazos por temor, y aun así su grito es ensordecedor. Porqué el temor de la bestia es petróleo para los motores de la utopía. Es pan para el estomago de cada utópico.

“La revolución es algo que se lleva en el alma, no en la boca para vivir de ella”, lo dijo, casi presagiando. Cuatro décadas de bocas llenas de revolución. Bocas que la mastican como a un chicle, apretando el jugo de su vientre para ascender a los altos rangos del poder y escupirla, devastada, en cualquier cenicero, salpicando la cara del pueblo entre risas de hiena.
Preocupadse por exterminarla, agotando los confines de su fuerza. Porque bastará el último residuo para eternizar el reciclaje. Que como el ave fénix resurgiendo de las cenizas, de la gota más pequeña y agonizante puede fecundarse el mar más prospero, lleno de vitalidad e insurgencia.

"El capitalismo es el genocida más respetado del mundo", lo dijo, leyendo entre líneas la siempre abstracta realidad. Cuatro décadas de trabajo a destajo por parte de los sastres que cortantejencosen los trajes pintorescos que envuelven al genocida. Pero como los botones siempre saltan, la ingeniería textil anda necesitando una solución mágica (como la alquimia fue para la química) para contestar con mentiras pintorescas las preguntas que, por ambición y negligencia, hoy carecen de respuesta.
Otra vez el rey desnudo va. Y, casi copiando al del cuentito, en su obstinación y ceguera, se cree bajo la defensa de augustos telares imaginarios.
Si de diferencias y semejanzas hablamos, tenemos a los cortesanos cobardes que no se atreven a doblegar a Su Majestad, porqué viven de sus miserias. Pero nos falta esa niña atrevida, que con valencia irreverente, le sacó las mayúsculas y lo hizo “su majestad”, mostrándolo desnudo, avergonzado e indefenso.
Esa niña en nuestro cuento era hombre y comandante. Murió acá nomás: en el pueblito de La Higuera, hace ya cuarenta años. Hidalgo de la revolución, se despidió un día cualquiera, arrojando al aire su eterno legado libertino.

"Donde quiera que la muerte nos sorprenda, será bien recibida mientras nuestro grito de guerra sea escuchado", lo dijo, y –como pocos- lo cumplió.