viernes, 12 de septiembre de 2008

Herbert Marcuse, mediante su exquisito análisis desde una perspectiva marxiana, pone al desnudo el papel de la ciencia en la realidad, rompiendo con ese ilusorio desfasaje que muestra, por un lado, masas empobrecidas, guerras y conciencias alienadas transformadas en un apéndice de la gran trituradora y, por el otro, una ciencia heroica, pura, elegante, simple, y en franco ascenso. Disfrutando la incuestionabilidad de su imagen, este modelo, que “reinó sin discusión hasta épocas recientes, equiparando ciencia y razón, desinteresado e imparcial, garantizaba el progreso en este mundo. Su prototipo fue la naturaleza, presumiblemente compuesta sólo de materia en movimiento y por ende “neutral”. Sin embargo, lesionada por dos conflagraciones mundiales y una dilatada guerra fría donde –junto con la tecnología- desempeño un papel crucial, ya no sirve como cimiento de la búsqueda de verdad en ésta o cualquier otra cultura. La ciencia ha perdido su inocencia”.[1]
“Es verdad que la racionalidad de la ciencia pura está libre de valores y no estipula fines prácticos, es “neutral” con respecto a todo valor extraño que se le pueda imponer. Pero esa neutralidad es un carácter positivo. La racionalidad científica requiere una organización social especifica”[2], sin embargo, bajo una lógica capitalista de productores independientes aislados, convierte a la tecnológica en un ente inmaculado, poseedor de vida propia que se ubica en un orden objetivo (como el mercado que se “autorregula”, organiza, y reina sobre quienes acuden a él para socializarse a través de su mercancía), y se transforma en un órgano de dominación que, en el fondo, no es más que la dominación del hombre por el hombre. Sin duda que algo funciona mal en la racionalidad del sistema mismo... “lo que funcione mal es el modo en que los hombres han organizado el trabajo social”.[3]
Pero Marcuse no quiso quedarse en el umbral de la crítica, sino que, como dándole el veneno de su propia medicina, logró ir más allá al establecer una relación de causa-efecto con la razón pretecnológica. “¿Hay paralelismo y casualidad entre los dos procesos de cuantificación, el científico y el social, o su conexión es sencillamente obra de una visión sociológica retrospectiva?”[4], se pregunta Marcuse, no sin –a esta altura- un dejo de cinismo. Entonces, recurre a Husserl y arremete: “la matematizción de la naturaleza dio como resultado un conocimiento práctico válido: la construcción de una realidad “ideacional” que puede ser eficazmente “correlacionada” con la realidad empírica. Pero el logro científico se remitía a una práctica pre-científica, que constituyo la base original de la ciencia galileana. Esta base precientífica de la ciencia en el mundo de la práctica (Lebenswelt ), que determinó su estructura teórica, no fue cuestionada por Galileo; además, fue ocultada por el posterior desarrollo de la ciencia. El resultado fue la ilusión de que la matematización de la naturaleza creó una “verdad absoluta autónoma”, cuando en realidad siguió siendo un método y una técnica específica para el Lebenswelt. El velo ideacional de la ciencia matemática es, pues, un velo de símbolos que representa y al mismo tiempo enmascara”.[5]
Así, el método científico es agarrado con las manos en la masa, muestra la hilacha de su subjetividad histórica y evidencia como el proceso de racionalidad tecnológica está al servicio de un proceso político. Así, la ciencia -que no es más progreso, sino estabilidad y conservadurismo- es socia fundamental de un sistema capaz de captar y asimilar todo movimiento que busque resquebrajar sus cimientos. Grité barbaridades, escriba textos que busquen conmover la conciencia social, garabatee dibujos que alteren las pasiones adormecidas pero, después, pasé por caja. ¡Ante cada manifestación suya tendremos un lugar vacante esperando para catalogarla y re-direccionar su sentido y, con suerte, la convertiremos en una nueva necesidad de las conciencias alienadas!
¡Qué claro es el problema frente a tal explicación! ...sin embargo, qué difícil es encontrar una salida cuando “la libre elección de amos, no suprime ni a los amos ni a los esclavos. Escoger libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad, si estos bienes y servicios sostienen controles sobre una vida de esfuerzos, de temor y de alienación"[6]. Si “el mundo tiende a convertirse en objeto de administración total, que absorbe hasta a los administradores, la trama de la dominación se ha convertido en la trama de la Razón misma, y esta sociedad se halla fatalmente enmarañada en ella”[7]; ¿cómo salir? ¿cómo quebrar el camino de esta realidad presuntamente histórica? ¿cómo adelantar su fecha de caducidad?
Que actualmente el termino utopía sea considerado infantil -cuando no risible- es, sin duda, un gran triunfo ideológico. “La utopía es criminal. Eso es lo que nos están enseñando actualmente”, dijo Alain Badiou, quien también se animó a proponer una nueva metodología: Crear tiempos y espacios nuevos. Cuando votar es “reemplazar a un esclavo del capital por otro esclavo del capital” y “un acto tiene que ser libre en su forma y en su contenido. Un acto político es algo que crea tiempo y espacio. Crea tiempo porque dice 'voy a hacer esto o lo otro, según un tiempo que yo estoy construyendo y no según el tiempo que domina, que es el tiempo del capital y de las elecciones'. El acto político también crea espacio porque dice: 'Voy a transformar a este lugar en un lugar político', es decir, voy a transformar una calle, una fábrica, una universidad. A ese lugar yo lo voy a transformar en un lugar político”[8].
Crear tiempos y espacios nuevos. Es fácil pronunciarlo, pero toda gestación conlleva dificultades. Siempre se hablo de que el desarrollo de la igualdad condiciona a la libertad y viceversa, siempre se opto por alguno, sin embargo -hoy día- somos ilusos desiguales que nos creemos libres.
Tiempos y espacios nuevos. Tiempos y espacios nuestros.




[1] Appleby, J., Hunt, L. Y Jacob, M., “El modelo heroico de la ciencia”, en La verdad sobre la historia, Andrés Bello, Barcelona, 1998, p. 27 y 28.
[2] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 332.
[3] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 323.
[4] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 333.
[5] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 337.
[6] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Seix Barral, Barcelona, 1968, p. 38.
[7] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta, 1985, p. 341-342.
[8] Badiou, Alain, http://www.cta.org.ar/instituto/badiou01.html, en Conferencia en Encuentro Permanente por un nuevo pensamiento, Buenos Aires, 24 de abril del 2000.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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