martes, 2 de septiembre de 2008


En la Sierra Maestra, huellas de fuego marcan un destino difícil de ocultar. Tras el hambre, pan. Tras el odio, amor. Tras la guerra, paz.
Miles de preguntas imposibles de contestar por lo menos desde el paradigma reinante.
Clarividencia en las respuestas de unos pocos que son callados a bastonazos por temor, y aun así su grito es ensordecedor. Porqué el temor de la bestia es petróleo para los motores de la utopía. Es pan para el estomago de cada utópico.

“La revolución es algo que se lleva en el alma, no en la boca para vivir de ella”, lo dijo, casi presagiando. Cuatro décadas de bocas llenas de revolución. Bocas que la mastican como a un chicle, apretando el jugo de su vientre para ascender a los altos rangos del poder y escupirla, devastada, en cualquier cenicero, salpicando la cara del pueblo entre risas de hiena.
Preocupadse por exterminarla, agotando los confines de su fuerza. Porque bastará el último residuo para eternizar el reciclaje. Que como el ave fénix resurgiendo de las cenizas, de la gota más pequeña y agonizante puede fecundarse el mar más prospero, lleno de vitalidad e insurgencia.

"El capitalismo es el genocida más respetado del mundo", lo dijo, leyendo entre líneas la siempre abstracta realidad. Cuatro décadas de trabajo a destajo por parte de los sastres que cortantejencosen los trajes pintorescos que envuelven al genocida. Pero como los botones siempre saltan, la ingeniería textil anda necesitando una solución mágica (como la alquimia fue para la química) para contestar con mentiras pintorescas las preguntas que, por ambición y negligencia, hoy carecen de respuesta.
Otra vez el rey desnudo va. Y, casi copiando al del cuentito, en su obstinación y ceguera, se cree bajo la defensa de augustos telares imaginarios.
Si de diferencias y semejanzas hablamos, tenemos a los cortesanos cobardes que no se atreven a doblegar a Su Majestad, porqué viven de sus miserias. Pero nos falta esa niña atrevida, que con valencia irreverente, le sacó las mayúsculas y lo hizo “su majestad”, mostrándolo desnudo, avergonzado e indefenso.
Esa niña en nuestro cuento era hombre y comandante. Murió acá nomás: en el pueblito de La Higuera, hace ya cuarenta años. Hidalgo de la revolución, se despidió un día cualquiera, arrojando al aire su eterno legado libertino.

"Donde quiera que la muerte nos sorprenda, será bien recibida mientras nuestro grito de guerra sea escuchado", lo dijo, y –como pocos- lo cumplió.

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